domingo, 3 de mayo de 2009

Una cojera habitual

Continúo leyendo la novela de Iván Thays, y las sensaciones que iba dibujando en mi primera aproximación crítica se me aparecen ahora con total nitidez. Hay dos historias paralelas en este libro, que se alternan y que juegan a solaparse, pero que aun así conforman dos espacios muy diferenciados: la historia más personal del protagonista, con un hijo muerto a sus espaldas y un matrimonio que apunta al fracaso, y otra historia escrita desde el presente, vinculada a su vida profesional y que le lleva hasta Oreja de Perro para escribir unos artículos periodísticos.

En este tipo de novelas hay un riesgo que pocos logran superar: es muy difícil que ambos relatos logren interesar por igual al lector. Cuando esto se queda en un mero interés argumental, es decir, que nos sentimos más contagiados por una de las tramas porque cuentan algo con lo que nos identificamos más, el efecto es claro y no merece más comentarios. Pero cuando una de las historias es claramente superior a la otra (por sensibilidad literaria, precisión moral, mayor introspección en los personajes, fluidez narrativa) entonces la obra adolece de una cojera irremediable. La distancia entre una y otra es considerable, y caminamos página a página con piernas a distinta altura.

Es lo que ocurre en Un lugar llamado Oreja de Perro: el triángulo que forman el protagonista, Mónica y Paulo es, por momentos, sublime. La capacidad del autor por traspasar las emociones nos contagia, y cada peldaño de esta relación construye una escalera por la que siempre se sube, temiendo por sus vidas vulnerables, que son las nuestras. El narrador, que cuenta todo en primera persona, sobrepasa su voz bastante altanera y se convierte en esos capítulos en un ser debilitado pero con el aplomo suficiente para armar su pasado como un puzle quebradizo. Buena literatura, al fin.

Por desgracia, esos momentos álgidos se ven ensombrecidos por la segunda trama, centrada en los sucesos de Oreja de Perro y en otros personajes que no logran desprenderse en ningún momento del traje de meros clichés: un fotógrafo pelmazo, una chica embarazada y aprendiz de vidente, y otros seres aún más tangenciales que sólo rellenan un espacio claustrofóbico en el que transcurre la novela. Aquí no hay emoción que traspasar, pues cada anécdota no es sino un intrascendente tránsito hacia la historia verdadera, hacia las reflexiones del narrador acerca de su vida más íntima con su esposa e hijo.

Un ejemplo sacado entre cualquiera de los que impregnan esas páginas:

Abro un ojo. Cierro un ojo. El cuadro cambia de ángulo.
¿Irá Jazmín a la fiesta? Como si eso pudiera importarme ahora.
No importa.

Sin caer en la cuenta de que al lector tampoco le importa lo más mínimo si al protagonista le importa etcétera. Este bucle soporífero es un lastre terrible para el libro, pues el lector va pasando de momentos poéticos de altura (el acercamiento con Mónica en el noviazgo, beso a beso, es un prodigio de contención y sabiduría narrativa) a párrafos de una instrascendencia monumental.

Así que mi conculsión es que lo mejor de Thays está por venir, pues si logra aunar en un volumen sus aciertos y desprenderse de la hojarasca, podando la nueva novela de bagatelas superfluas, leeremos quizá algo importante. Y el día que un autor peruano logre dejar de lado la historia reciente de militares y senderistas (sólo uno!), también habrá que hacer una celebración espontánea.
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El Premio Reino de Redonda de este año ha recaído en Marc Fumaroli, el autor de la introducción a las Memorias de Ultratumba de Chateuabriand (que ya tengo programadas para leer en mi jubilación pirenaica, así de largos y optimistas son mis proyectos). Una vez más, un mérito doble: al autor premiado, indiscutible sabio contemporáneo, y a la editorial española que ha traducido alguna de sus obras , Acantilado.

8 comentarios:

g.l.r. dijo...

Lo difícil es realizar esa poda, eliminar lo superfluo y quedarse con lo que, en verdad, importa.
Un saludo.

Ricardo dijo...

tio, cuando escribes: (sólo uno!), te falta esscribir bien ¿dónde esta la admiración del inicio? El castellano lleva al inicio y al final. Ortografía elemental.

La novela de Thays es malísima.

JacoboDeza dijo...

En los signos de admiración e interrogación me gusta más la normativa catalana: sólo se usa al final, aunque se admite al inicio en oraciones extensas y en las que no hay un elemento al prinicipio de la frase que sugiera su valor admirativo o interrogativo.

La expresión sólo uno! es tan escueta que me sobra cualquier signo previo. Lo digo como escritor libre, no como normativista. La norma es clara, pero este blog es rematadamente arbitrario, así que las jotas juanramonianas son mis signos abolidos a inicio de frases breves. Al paredón conmigo!

Jack dijo...

Qué excusa más mala para un escritor... y más buena para un pokero que exckrive km le bnga n gana.
Las normativas lingüísticas no tratan de imponer, sino de sugerir. Al menos así exite algo de higiene textual.

condonumbilical dijo...

No sé cómo eres capaz de molestarte tanto en analizar un libro que es malo (¿será porque el autor tiene un blog por aquí cerca?).

Es como analizar los rasgos físicos de una chica que no te atrae nada.

JacoboDeza dijo...

Es parte de la esencia de este blog: comentar de manera especial lo que se cuece ahora, ver qué se escribe, por qué se premian determinadas novelas, qué autores prometen y qué otros no. Yo leo, y en función de eso, la crítica podrá ser buena o todo lo contrario, pero no por eso dejo de reflejarlo.

Ricardo dijo...

Pero no escribes en catalán, lo haces en castellano y hay que hacerlo como tal, así que esa norma es pretexto y una falta total de ortografía elemental.

O escribe en catalán y listo.

Javier Moreno dijo...

Con el reclamo, Ricardo demostró que el signo de admiración al inicio no hacía falta: supo perfectamente -y sin pista alguna- encontrar cuál sería su lugar. La norma en catalán me parece sensata. En español también deberíamos aplicarla.

Qué bobos son estos reclamos ortográficos en los comentarios de los blogs.