
Tengo la inmensa suerte de estar muy lejos del barullo, y es extraño que lo diga yo: conociéndome un poco, si hubiera tenido la debilidad de estar por estas fechas en Barcelona, ya estaría a estas alturas con un ejemplar de Tu rostro mañana 3 en las manos, acicalándome para la presentación del 2 de octubre y escuchando por la radio cualquier entrevista que le hicieran al autor. Lo que no haría en ningún caso (ni en Barcelona ni en Managua, porque ahora Internet me permite hacer eso donde sea mientras haya conexión a mano) es leer las críticas que ya empiezan a desgranarse en las páginas de los suplementos literarios. Sólo en diagonal he podido vislumbrar hoy los excesos propios de las grandes ocasiones, de un extremo a otro: desde el “acontecimiento para nuestras letras” que supone la publicación del libro hasta el agotamiento y la fatiga que siente Masoliver Ródenas en las páginas de La Vanguardia.
Lo que sí estoy experimentando, a base de mucho Google y paciencia, es una sensación de avalancha mediática superior a la normal. El ambiente está inquieto y burbujeante, y aunque este Alka Seltzer haya sido bien programado por Juan Cruz y sus socios (quizá temerosos de la dificultad de vender bien una tercera parte, siempre desalentadora para los que no han entrado en las dos primeras) no termino de encajar a Javier Marías en todo este fulgor de micrófonos y cuestionarios.
Tanto es el vocerío, que el mismo ruido ha opacado la que seguramente es la frase más contundente que Javier Marías haya pronunciado en décadas. Ciertamente, yo leí una frase similar hará unos quince años, pero entonces todos la leímos como guasa y acertamos. Ahora noto un tono más acorde con la realidad y una actitud más seria al decirlo, y ojalá no acierte. Lean en voz alta:
Me estoy despidiendo de la novela como género, pero probablemente seguiré escribiendo cuentos.
Los analistas de frases ya se han apresurado a sacar conclusiones y señalan que esta sentencia es fruto del lógico cansancio después de estar ocho años metido en el mismo mundo literario. El propio Marías tampoco se imagina empezar de cero otra vez, pero El País subtitula piadosamente que el autor “aparca por un tiempo la novela”, cambiando por completo el sentido transparente de su despedida (acaso porque Cruz también intuye un problema financiero si ya no hay más tela que cortar, no más amores que vender).
Les comparto mi sentimiento, ahora que Jacobo Deza es hombre muerto (no se preocupen, no estoy destripando ningún desenlace, sólo dictamino sobre un signo ortográfico: el punto y final) acerca del asunto: aunque Marías no escribiera nada más a partir de hoy mismo, ni tan siquiera cuentos, ya estaría incorporado a la nómina de grandes escritores de este país por toda su obra anterior. Incluso me parece una excelente mascletá (apoteósica, ya puestos a sumarnos al exceso calificativo) cerrar con esta trilogía, que ni pensándola con anticipación hubiera encajado de manera tan perfecta en la clausura. ¡Compárenlo con un García Márquez cerrando su prolífica vida literaria con las putas tristes! ¡Qué daría un Ronaldinho por una chilena en el último minuto de una final!
Ahora ya llegó el momento, o dentro de cien años, de leer los tres volúmenes de corrido, para comprender la magnitud de la creación. Espero vivir lo suficiente como para ver un día publicada Tu rostro mañana en un único ejemplar, un libro inmenso dividido en siete partes, de la fiebre al adiós, y comprender también desde la certeza que da el gramaje que esto no sucede a menudo. Probablemente sí haya sido este 24 de septiembre un momento de los grandes y el revuelo esté justificado y yo peque como siempre de escéptico, como todo miembro de la familia Deza que se precie.
Como siempre ha ocurrido en España, cualquier persona destacada en cualquier ámbito (ya sea un faro cultural o una linterna televisiva) recibe, a la par que espaldarazos y adulaciones, cuchillazos y veneno. Marías es de nuevo un caso ejemplar hasta en eso: sus fierecillas al acecho son de lo más ruidoso, aunque su número es tan insignificante que el propio histerismo debe ser su única razón para existir. Por fortuna, la lista de críticos, autores y lectores que han emitido opiniones acerca de su prosa traspasa cualquier frontera, y estos ecos son los que al cabo permanecen, como el genio: Magris, Bolaño, Pamuk, Coetzee, Sebald... ¿Quién no es ya un entusiasta de Marías?
Tu rostro mañana, tres días después de publicado el último volumen, ya es un clásico: al menos, en el sentido de obra irrepetible y anclada en un tiempo y un país determinados pero de lectura intemporal. Qué fortuna la de esas generaciones futuras que un día, repasando la eme mayúscula de una librería, comenzarán a leer y caerán en la terrible y deliciosa red en la que otros ya quedamos irremisiblemente atrapados hace tiempo. Haya o no más novelas, la biblioteca Marías ya tiene su lugar en la Historia.