miércoles, 9 de agosto de 2006

La literatura catalana: una panorámica (y 2)

El reconocimiento de la literatura catalana en el siglo XX tiene, por encima de otras consideraciones, un género en el que confluyen los mejores aciertos: la poesía. Hay tres nombres en la primera mitad del siglo que tienen una altura incuestionable, alguno de los cuales incluso fue propuesto para el Nobel y, según cuentan las malas lenguas (las catalanas y las que no) hubo un arrepentimiento final por motivos estrictamente políticos, cuando el jurado ya casi tenía tomada su decisión. En cualquier caso, la anécdota no quita ni pone nada, y ahí están los libros con sus respectivas docenas de traducciones para comprobar la genialidad de Josep Carner, Salvador Espriu y Carles Riba. Sigo releyendo cada cierto tiempo sus versos y no deja de sorprenderme la profundidad a la que llegó su arte. Es cierto que hay unos temas de fondo (más en Espriu, mucho menos en Riba) que sin conocer la especificidad catalana, su idiosincrasia, su espíritu nacional tan puro –ay, si no fuera porque la política ha contaminado la palabra nación con el recelo, la envidia y el resentimiento- es difícil de abarcar en su magnitud. Pero nada que no se pueda conseguir con placentero esfuerzo, y lo mismo que debemos hacer ante un poema de Seamus Heaney, por ejemplo. Y por si esto fuera poco todavía hay dos nombres fundamentales, no tan completos pero que alcanzan instantes de alta magia: J.V. Foix (los setenta sonetos de Sol i de dol revelan una voz precisa) i la vanguardia imperfecta pero sugerente de Salvat-Papaseit. Y otros dos nombres (Joan Maragall, Joan Vinyoli) que, aunque alejados de mi interés formal, admiten cualquier defensa intelectual. ¿Hay alguna literatura que dé más?

La prosa no vive en este siglo pasado su mejor momento: no perderemos el tiempo si leemos a Mercè Rodoreda o a Llorenç Villalonga, pero hacían falta unas corrientes estéticas más comprometidas, grupos o generaciones que crearan obras con más vinculaciones formales. Hay mucho nombre suelto, muchas ideas vertidas sin correlación que al final, vistas con perspectivas, son retazos que en su individualidad pueden brillar pero que en conjunto adolecen de falta de homogeneidad. Como es lógico, esto no es culpa tanto de los autores como de una realidad sociocultural específica, que primero frente a un poder cercenador y luego frente a un sistema repartidor de prebendas no permite instaurar corrientes de pensamiento y de estilo que caractericen a una literatura como tal. ¿Qué tiene que ver una Montserrat Roig con Jesús Moncada, de la misma generación y los dos ya fallecidos con varios años de diferencia?

Dentro de esas individualidades, hay otro autor que asciende a lo más alto del podio con una riquísima prosa que no tiene comparación y que se erige en otra excepción más: Josep Pla. No es fácil ver elevarse la ironía y la socarronería a tales extremos, y es imposible dejar la sonrisa en casa cada vez que releo a este ampurdanés de boina calada (boina clásica, con el gusanito en medio) opinando sobre lo mundano y lo eterno. Esta prosa rayana entre el periodismo y el ensayo, prolífica y desmesurada, sigue a nuestro alcance para no ser olvidada jamás, para que incluso ex-presidentes del gobierno español (qué cosas) lo tengan como lectura de cabecera, para que periodistas como Arcadi Espada lo mantengan como ejemplo a imitar, para que la Cataluña más egocéntrica y ombliguista lo mire de reojo como un rara avis que no sabe en qué vitrina colocar (lo inclasificable escuece), y para que los institutos de secundaria lo sigan recomendando sin atrevarse a cruzar el carrer estret.

Para el cuento no hay pérdida: Pere Calders sigue siendo un maestro, a la altura de un Sergio Pitol. Fíjense lo que da de sí un Cervantes y las consecuencias que puede tener el escribir en lenguas más minoritarias: este caso me parece de cajón. Y Quim Monzó, bien auspiciado en sus traducciones castellanas por Anagrama, siguió la estela y tuvo algunos destellos de gracia. En este caso las comparaciones de editores vociferantes dieron al traste con la necesaria moderación: Monzó no es Kafka, tampoco Rabelais.

No quiero pasar por alto el teatro y las inquietantes historias surgidas del talento de Benet i Jornet. ¿Han leído, han visto representada la obra Desig? ¿Advirtieron ustedes ecos de Lynch, de Shepard, incluso de Allen? ¿O soy yo el que a estas alturas ya veo visiones?

No quiero decir nada ahora de Manuel de Pedrolo porque pienso enlazar su obra con el comentario del libro en el que ya estoy metido, nada difícil de adivinar y que, sin abrir demasiadas puertas nuevas y con bastante ruido, ha removido algo (siempre es bueno) las aguas mediterráneas de ese pedazo de tierra tan singular.

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Le dice Alfonso Guerra a Núria Espert en "El País": "Estaba con mi hijo en un parque. Yo leía un libro de poesía y él se sentó en mis piernas; y de pronto vino el perro y se echó a su lado. La poesía, el niño, el perro... Sentí que no había nada comparable a aquel sentimiento de felicidad que me entró súbitamente."

Poesía, niño, perro: sin duda, qué tremenda trilogía.

4 comentarios:

Portnoy dijo...

No es extraño que olvidases a Perucho, otro inclasificable a quien los estamentos oficiales jamás supieron si elogiar o denostar, tanto por el bilingüismo periodístico, como por el contenido metaliterario de su obra.
Joan Perucho es uno de os grandes escritores del siglo Xx, y no hago menciíon a ninguna lengua en particular, a quien es necesario rescatar y situar en el (alto) lugar que se merece.
Un saludo

JacoboDeza dijo...

Quizá debería escribir una addenda con un título al estilo de "Los olvidados". Cierto: Joan Perucho no existe oficialmente en la literatura catalana, los manuales de secundaria le dedican breves reseñas porque no saben dónde ubicarlo. De hecho le sucede lo mismo a Pedrolo, siendo éste el autor de la novela más leída en catalán desde todos los tiempos: pero este tipo de singularidades molestan hoy al poder oficial.

Otros nombres molestos: Gabriel Ferrater y Joan Brossa (pese a los lúdicos homenajes que éste tuvo ya póstumamente).

Anónimo dijo...

Y Gomferrer? y Jaime Gil de Biedma? O este no era catalán?

Anónimo dijo...

Keep up the good work » » »