miércoles, 12 de abril de 2006

El círculo vicioso

La del miércoles no era una noche cualquiera: concierto de gala en el teatro nacional Rubén Darío, nada menos que el Réquiem de Mozart interpretado por coro, orquesta y cantantes centroamericanos, y el aroma de las veladas mágicas. Lástima que el comportamiento de muchos espectadores sea tan incongruente con el elevado nivel de lo que se ofrece: aquí, como en tantos sitios de España, también hay caramelito, teléfono, tos y pisadas de tacón por la alfombra. Pero nada quita el embeleso ante los momentos cumbre, ante la Lacrimosa escalofriante resonando en la sala mientras Mozart ya agonizaba en su lecho, hombre culpable como todos.

Pero dejemos la música para otras sendas y vayamos al meollo del día: paseaba yo por ese locus amenus hacia el cual de vez en cuando acudo a reposar (menos que antes: las obligaciones acechan) y leía algunos mensajes sobre un hecho inequívocamente español, como la tortilla de patatas: para los que no sepan, existe allí un club de lectura descomunal (cientos de miles de socios) cuya única obligación es la de comprar cada dos meses al menos un libro. Que se sepa, hasta el momento nadie persigue al que no lo lea, basta con pagar y apoderarse del volumen. Tamaña incongruencia en un país de escasos niveles de lectura, si comparamos cifras con el resto de Europa, no puede producir otra cosa que perplejidad. Veamos algunas causas, posibilidades, acertijos:

El gancho para entrar en el club es una agresiva publicidad combinada con la militancia de viejos socios que buscan amigos que quieran unírseles. Respecto a lo primero, hay páginas en cualquier suplemento dominical que anuncian una veintena de títulos a un precio irrisorio. Es la bienvenida de cualquier nuevo espacio: un anzuelo irresistible que nos mantenga atrapados ahí por un par de años. Sobre lo segundo, es excitante la cantidad de primos hermanos o parientas lejanas que pueden tener como única vinculación su pertenencia al club: cual testigos de Jehová en busca de almas por restaurar, llaman a nuestra puerta y después del café nos invitan a pertenecer al clan. Para ellos hay alguna cubertería de regalo, pero para nosotros el premio mayor: horas de lectura asegurada y con contrato firmado.

Hace mucho tiempo tuve mi momento de gloria: es imposible escribir este blog y no poder dejar constancia en el currículo del hecho de haber estado allí. Así que escogí mis tres títulos de bienvenida y agoté mis dos años de permanencia. Mi elección fue una novela menor y prescindible de Delibes, el último de los libros de cuentos escritos por García Márquez y una novela (déjenme respirar antes de escribirlo) de Susana Tamaro. No había mucho más donde elegir, pero lo mejor fue la respuesta asombrada del voluntarista vendedor que escuchó mi tríada y la anotó: ¡yo era un excelente lector, muy apegado a la calidad! Yo sí era un buen cliente, alguien entendido en la materia. En ese primer minuto de tomar conciencia del paso definitivo que había dado tuve ya un pequeño espasmo de arrepentimiento, pero no acostumbro a renegar con tanta rapidez de mis propias decisiones.

Otra de las claves del éxito es la posibilidad de que los libros lleguen a casa, envueltos en plástico y con olor a tinta, sin tener que pasar por la librería. Fue mi única objeción posible ante las dentelladas del vendedor, muy bien entrenado en esta lid: pero su respuesta me desarmó hasta tal nivel que fui incapaz de seguir maniobrando para quitármelo de encima. ¡Por fin podría ahorrarme el engorro de tener que buscar el libro entre miles de volúmenes, dejar de hacer colas ante la caja y poder dedicar mis tardes de sábado a otras actividades menos tediosas! Y precisamente yo, que en Barcelona dedico siempre esos días y horas de la semana a uno de mis placeres preferidos: ¡hacer crujir las maderas de La Central!

Como puede imaginarse, seguí recibiendo durante dos años (pero sin puntualidad y con cambios constantes de vendedor) un nuevo ejemplar mientras sacaba cinco o seis de mis librerías favoritas. Justamente todo aquello (casi todo aquello) que jamás se me ofertaba en la revista del club, que orillaba lo más selecto y rompedor de las narrativas británica o americana, que desconocía a los autores que yo frecuento y que me dan los placeres para seguir resistiendo. Dos años tardé, pues, en escapar del círculo vicioso y sentirme liberado, de nuevo solo ante la capacidad de elección tan desmesurada que me caracteriza y confiando en mis libreros, esos sí, voluntarios de la imaginación.

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Para que no se entierre el comentario en las profundidades de la senda, subo hasta aquí lo dicho por Matías Pailos como respuesta al post "La literatura resistente en Blanes", pues hay tela que cortar:

"Ahhh... y bué: se murió, nomás. Este post es algo del resarcimiento a los que nos sentimos acreeditados como viudas lloronas de Bolaño. Como agridulce compensación, parece (cuentan las malas lenguas, que no sé si serán malas pero suelen estar bien informadas) que hay en su arcón una suerte de novela poética (que suena a algo entre Max Jacob y 'La muerte de Virgilio', pero, siendo Bolaño, mucho más ágil) de extensión que no le va en zaga a '2666'. Ojalá."

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay círculos y círculos. Entre ellos, los virtuosos. Son aquellos en los que cada arco, cada punto de la figura, engrandece al siguiente, ennoblece a su antecedor.
Y después está el Círculo de Lectores.

PD: Prometo nuevas buenas sobre nuestro chileno favorito.

Diego Zúñiga dijo...

Por lo que veo eres un lector de Bolaño, lo que me hace presagiar que debes ser un muy buen lector... lo mismo que el tipo que dejó el comentario anterior, en fin... es bueno saber que hay más gente como uno, quizás somos mayoría, pero yo no he conocido a muchos, y eso que soy chileno, pero en fin, me ha gustado mucho el blog...
Saludos

JacoboDeza dijo...

Matías, habrá que seguir con atención tus aportaciones. ¿Tienes algún enlace cósmico con nuestro chileno favorito? Recuerdo que en la rueda de prensa de presentación de 2666 los periodistas preguntaron sobre el legado y sobre los cajones por abrir, y Herralde esbozó una sonrisa misteriosa: todavía sueño con esa sonrisa.

Diego, bienvenido sin duda. A mi me faltan datos sobre la recepción chilena de Bolaño, así que tus aportaciones también pueden ser muy válidas.

Anónimo dijo...

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