
Madrid, 29 jun (EFE).- El novelista Javier Marías, uno de los escritores españoles de mayor prestigio internacional y cuya obra se ha traducido a 34 idiomas, fue elegido esta noche académico de la Lengua, en primera votación y por amplísima mayoría, para cubrir la vacante de Fernando Lázaro Carreter en la Real Academia Española.
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Esto dice la noticia, para escarnio de los críticos nacidos al amparo de odios enfermizos, y para solaz de todos sus lectores. Ya veo las vestimentas desgarradas: que si el peor escritor de todos los tiempos, el que más faltas ortográficas comete, el que fuma más y peor. Es el momento en que reaparecerán de sus guaridas los traficantes de panfletos y, con su afán de protagonismo, esparcirán la bilis por donde sea. Pero ya nadie quita que la Academia (esa institución con regusto a tiempos remotos, a vino un poco añejo) haya realizado un verdadero reconocimiento a uno de los autores más brillantes de este país. No acostumbramos en España a repartir méritos a personas vivas ni a valorar en su justa medida a quienes nos brindan muestras de arte en el formato que sea: somos expertos en denigrar al que sobresale, no por su afán de protagonismo, si no porque (miren ustedes qué simple) escribe novelas hermosas y perdurables.
Mi primer encuentro con Javier Marías ya ha sido explicado, si no en este blog sí en otros espacios que lo han permitido. Corazón tan blanco me fue recomendado por un profesor de literatura (catalana, por cierto) después de leer un cuento mío cuya escena principal le recordaba vagamente (sin duda debía ser vago el recuerdo porque jamás pude identificar mi patibularia historia con la escena que luego leí en la novela) las primeras páginas del libro. Hablo del momento en que, desde una habitación de hotel de La Habana, hay un encuentro entre un hombre y una mujer y unos gritos que llegan de la calle, no muy lejos del balcón. Yo comencé a leer la novela para descubrir esa escena, pero inmediatamente la olvidé para centrarme en la magia de una prosa que iba discurriendo ante mí como un caudal irresistible de imágenes, vocablos y personajes variopintos. Quizá era ese el tipo de literatura que yo andaba buscando entre los autores contemporáneos y que sólo encontraba fragmentariamente fuera de nuestras fronteras.
A partir de ahí, la lectura de sus obras anteriores y posteriores fue una consecuencia inevitable, y recuerdo también momentos ya impresos en mi retina sobre los lugares en que tenía aquellos libros en las manos: subiendo montañas con Mañana en la batalla... a cuestas y leyendo bajo un árbol, en la cama de una habitación fría pirenaica, sobre una roca de grandes dimensiones y una vista al frente de verdes horizontes. Los nuevos descubrimientos llevaron nuevas sorpresas, como el brutal impacto que me causó Negra espalda del tiempo, un libro inclasificable que bebía de diversas fuentes (autobiografía, ensayo, novela de no ficción, cuento) y que sólo puede emparentarse con lo mejor de Sebald, por poner un ejemplo más o menos reciente. Y no digamos esa novela en proceso que es Tu rostro mañana, que no sólo por tamaño sino por profundidad literaria puede quedar como uno de los clásicos de este principio de siglo.
En definitiva, la silla que ahora ocupará Marías dignifica esa institución y esos compañeros de viaje que le tocarán en suerte, sobre los cuáles muchos todavía nos preguntamos qué meritos lingüísticos o literarios los han llevado allí. En este caso sobran los motivos en este blog: los que no lo han hecho, pasen por cualquier librería, busquen en la letra M y háganse con un ejemplar. Frente a la estulticia de los que piensan que ir a la contra es chic y da réditos, a los que estamos de acuerdo en considerar a Marías el gran escritor que es, nos basta con saber que no estamos solos, por fortuna. Triste sería predicar al viento sobre sus virtudes: pero somos tantos los que hemos podido gozar de sus novelas y textos que, al menos, esto nos compensa de tanto ladrido hueco y tanto papel malgastado como hay por ahí.
Javier Marías, académico, y que esto sea sólo el principio.