martes, 14 de octubre de 2008

Bésame el vibrato

[Este comentario incluye detalles que desvelan un aspecto fundamental de la trama de Chesil Beach, de Ian McEwan]

Hay una vieja recomendación, aplicable a todo aprendiz de escritor, que sugiere que un acto sexual jamás debe ser descrito de manera explícita y pormenorizada en una novela. Se entiende que esto aplica para cualquier novela que no sea de género erótico, aunque me temo que también en estos casos habría que retomar esta enseñanza para evitar cierta novela fisiológica, que inserta descripciones de órganos y posturas gimnásticas creyendo que eso excita a alguien. Así que la regla es acertada: dedíquense a hacerlo y no a leerlo, sería la cita citable para enmarcar.

Pienso esto a raíz del tercer capítulo de Chesil Beach, definitivo naufragio de esta fallida novela, sobre la cual ya tengo claro dónde se ubica el tremendo agujero en la quilla, luego se lo cuento. Antes quiero demostrar hasta qué punto una escena de sexo novelizada puede llegar a extremos ridículos a través de una doble vía: un vocabulario casi humorístico (a la par que ruborizante) y una traducción endeble, y eso que estamos hablando de Jaime Zulaika.

Este diálogo, por ejemplo, entre Edward y Florence, antes de que él le chupe los dedos de la mano a ella y después de que Edward haya posado la suya en la entrepierna de su esposa:

-Tienes una cara preciosa y un carácter hermoso y codos y tobillos sexis, y una clavícula, un putamen y un vibrato que todos los hombres tiene que adorar, pero tú me perteneces totalmente y yo me alegro y estoy orgulloso.

-Muy bien, puedes besarme el vibrato -dijo ella.


Sepan que he repasado varias veces los prolegómenos y la continuación de estas palabras y no he hallado por ningún lado la más leve muestra de ironía en ellas. Caso que la hubiera, el error sería peor todavía: McEwan se vería incapaz de sustraerse al andamiaje melodramático de la escena y de romper limpiamente la tensión con una dosis de humor, que llegara al lector sin dudas sobre ese efecto. Estos putamen y vibrato, de los que ni la RAE puede dar cuenta precisa, producen la misma sensación que un acoplamiento de micrófono durante una conferencia: por mucho que haya justificaciones técnicas o imponderables, el daño ya está hecho. Aunque hubiera una intención de romper el ceremonioso ritual de la pareja con un diálogo chispeante, lo que quedan son chispas, sí, pero de pólvora mojada.

Este ejemplo no es sino el culmen de una larguísima sucesión de manos que tocan, labios que aprietan y penes que se endurecen. Y todo ello para llegar a la escena que parece justificar la novela entera, y que desarma definitivamente el engranaje de obra vista de todo el artificio: la impaciencia de Edward deriva en una más que previsible eyaculación precoz (la otra opción y cara opuesta de la misma moneda, la impotencia, era la segunda posibilidad), y asistimos al despliegue de gotas de semen por el cuerpo de Florence y su huida pavorosa hacia la playa.

O sea: una simple anécdota sexual (la primera noche en cama que deriva en una frustrada consumación) se erige como el elemento hacia el cual han confluido más de 100 páginas previas. El disfraz también es de lo más ralo: como entre la cena y el orgasmo rápido sólo pasan sesenta minutos, por decir un número, la cadencia de todos los movimientos se alarga hasta la extenuación, haciendo que el lector piense: ¡pero háganlo de una vez y pasemos a otra cosa! En medio, el ya comentado flash back totalmente previsible.

En definitiva: es difícil que el libro pase a mi memoria como algo más que una corrida adornada con elementos de melodrama. Y teniendo en cuenta las frases que se citaban en la faja del libro (recuerdo una de Isabel Coixet, y estoy por jurar que una del mismísimo Guelbenzu, aunque no la conservo) voy a sumergirme pronto en estas opiniones tan divergentes a la mía para saber qué se le puede sacar a esta obra que, para mí, no da más que lo poco que enseña.

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Un Booker ¡que parece otro Nobel!
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Cortesías

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vibrato es un término musical. La voz humana lo produce espontáneamente y es un temblor de la laringe. Todos los instrumentos han tratado de imitarlo. El los instrumentos de cuerda, cuando el arco frota la cuerda, el dedo de la mano izquierda que la pulsa para que emita una nota específica se mueve levemente impulsado por una agitación de la muñeca. El efecto sonoro es la ampliación de la nota al producirse sus armónicos :-)

Es raro que los traductores de textos musicales traduzcan bien los términos específicos del lenguaje musical. Es curioso que en un texto no musical, metan así un término que es únicamente musical. Seguro que en el original, por malo que sea, pone otra cosa.

Anacrusa

JacoboDeza dijo...

Ana, la excusa está en la profesión de Florence: ella toca en un cuarteto de cuerda, y por tanto maneja bien los términos musicales. Pero a McEwan se le ha ido la mano: asesorarse, antes de escribir una novela, sobre estos términos no implica que su uso en determinadas escenas pueda acabar siendo ridículo. Le funcionó en Sábado con la jerga de los neurocirujanos (Henry Perowne, el protagonista, era del gremio), pero aquí roza la pedantería hueca.

¿Y cuántos meses hacía que usted no paseaba por esta senda? ¿O es que lo hace tan silenciosamente que ni cuenta me di?

Anónimo dijo...

¡Ajá!, pero no solemos los músicos emplear nuestros términos técnicos para cosas ajenas. Una cosa es asesorarse en nuestros términos y otra saber cómo los empleamos, cómo es un músico. Ese tipo de cosas es muy resbaladiza y la única ventaja está en que la mayoría de los lectores no serán músicos o neurocirujanos. De todoos modos,la gente que se cree capacitada para manejar, con un poco de asesoramiento, todo un lenguaje o un comportamiento, aparte de menospreciarlo es bastante prepotente. No sé.

Lo más que he estado sin visitar su senda ha sido días, los que usted avisa que no va a estar en ella, o cuando estoy sin ordenador, pocos días al año. Entro desde muy diversos sitios, por eso no me ve y por silenciosa también. Me he vuelto muy, muy silenciosa, pero yo jamás olvido a mis amigos, aunque ellos jamás se acuerden de mí (no digo ue sea su caso, en absoluto) e incluso, aunque dejen de serlo :-)

Un abrazo.

Anacrusa